Cuando estaba aprendiendo a manejar, recuerdo que decía que
iba a esperar que todos los otros carros pasaran primero. De esta manera, en mi
inocente mente de conductora novata, me evitaría los problemas y probables
choques. Andaría a cierta velocidad y guardaría mi distancia bien medidita. ¡Ah!
¡Días felices de inocencia e inconsciencia!
Estando ya en la calle, la realidad fue otra cosa. Taxistas,
buseros, civiles, pitando descontroladamente que hacían que mi pie pisara el
acelerador por inercia, sin medir las consecuencias. Carros y motos que
invadían mi milimetrada distancia, la que yo cuidaba con recelo y en un
santiamén zas, zas dos o tres carros más delante de mí porque yo testarudamente
seguía guardando mi distancia. Pero los pitos y las invasiones no son nada a la
par de los “piropos” que los acompañan. “Cambia esa chatarra”, “Mujer tenías
que ser” “$&%<xªº\%$&+**
perica, ¡Aprendé a manejar primero!! Y otros
que por respeto a mí misma no repetiré acá.
He pasado por todos las etapas psicológicas que se puedan
pasar con este asunto. Lo negué.No puede
pasarme esto. Es que ¡debería haber una ley que prohíba el abuso verbal a otros
conductores! Me enojé. ¿Es que creen que yo no puedo ser igual de violenta? ¡Se
equivocan!

Poco a poco pasé del enojo y las ganas de ser una experta en
serpentinas para pincharles las llantas a los miserables conductores de Managua a la aceptación y resignación……….. No esperen.
Aceptación y resignación no. Nunca. Por eso estoy escribiendo esta entrada.
Jamás aceptaré la cultura del abuso que vivimos, en la que estamos inmersos. El
tráfico en Managua es solamente un pequeño ejemplo de lo abusadores que son
algunas personas en este país. Se sienten con todo el derecho de ofenderte si
no avanzas a la velocidad de ellos. La distancia invadida es una pizca de la montaña
de invasiones a tu espacio a tu integridad. Donde sí respetas las leyes sos el raro,
el tonto que ni Dios quiere.
Lamentablemente somos un país donde mucho se creen con la
autoridad de gritar, ofender, ultrajar con la palabra, mancillar tu dignidad,
tu libertad de andar de la forma que te sea más grata, más conveniente. Escribiendo, recuerdo las veces que me ha
pasado estas situaciones y sólo veo caras masculinas. Me pregunto si tendrá que
ver con ese terrible machismo que asola el mundo (digo el mundo, porque ustedes
saben que no solo en Latinoamérica existe). Y recuerdo que en el tráfico si
solamente he visto hombres pero en otras circunstancias también he visto
mujeres, generalmente abusando a otras mujeres. Una vergüenza total.
Supermercado La Colonia. Esperando para comprar carne. Un
grupo de personas con número en mano. De
pronto una señora queriendo ser atendida de primero se da cuenta que no tiene
número. La arremete contra la dependienta. “Vos que no me pudiste decir que
había que agarrar número”, le grita. El
enojo y la sangre que me sube a la cabeza no me permiten discernir las ofensas
siguientes. Con el corazón acelerado alzo la voz. “Pobre señora, primera vez
que viene al súper, ella no sabe que hay que tomar número y como encima la pobre
también es ciega, no ve el dispensador….” Silencio total. Nadie más me apoya. Cómplices
de maltrato. Los sancionaría de ser juez. Sigo en mi arrebato de paladina de la
justicia. “¿De dónde será esta señora que nunca había ido a un súper? Se le ve la sonrisa contenida a la dependienta.
Estoy satisfecha.
Payless Shoes de Metrocentro. En la fila para pagar. De
repente una mujer en sus treinta, de “buena pinta” comienza a gritarle a la
muchacha de la caja. Absurdo su reclamo. Me indigno. Gente ignorante, pienso. Siento
ese calor que me da cuando se me sube la sangre. Exploto. “Oiga usted ¿si sabe
que las políticas no las establece esta chica, verdad? No recuerdo bien lo que
dije. Mucha sangre en mi cerebrito. Sólo recuerdo que la mujer se fue apresurada.
Me quedé en la fila hablando con las demás personas. ¿A ustedes les gustaría, que
a su hermana, su mamá, su novia, su esposa, una persona que quieran mucho,
alguien las maltratara de esta manera? Algunos bajaron la cabeza. Otros me
miraron con cara de “loca, a un ser querido mío nunca le pasaría esto”….
He visto tantas situaciones de abuso (sin mencionar el acoso
sexual que es otro rollo y grande) que he llegado a la conclusión que vivimos
en una cultura de abuso. Abuso extremo por todos lados. Abuso verbal, abuso de
confianza, abuso de autoridad, abuso, abuso, abuso. Tanto así que ni siquiera
lo reconocemos como abuso, lo vemos como algo normal y natural. Tengo muchas
cosas por las que me siento orgullosa de mi país, pero ésta no es una de ellas.
De hecho, es mi mayor afrenta. Solamente espero que un día nos demos cuenta y nos decidamos a cambiar. Por mi parte, empiezo con esta entrada a ver si poco a poco podemos ir transformándonos en mejores personas, mejor sociedad y mejor país.