jueves, 1 de agosto de 2013

La cultura del abuso Parte II

Noche de teatro con mi hija. Al regreso, con hambre, pienso comer en cierto restaurante  bien conocido y frecuentado en Managua. En realidad, me decidí por el lugar por la hora que era, ningún otro sitio (con ambiente adecuado para la niña) estaría abierto a esa hora.  El lugar estaba totalmente lleno, así que me indicaron que estaría en el salón “VIP”. Al entrar a dicho salón, me encontré con dos mesas llenas de muchachos. En una, como cinco muchachas con dos adultos y en la otra como diez varones. El ruido era comprensible y siendo profesora por casi 18 años, ya estoy acostumbrada al bullicio de los jóvenes, de hecho, me encanta. 

Sin embargo, lo que siguió no fue de mi agrado para nada.  Cada vez que la mesera se acercaba a la mesa de los muchachos, éstos se burlaban, hacían comentarios denigrantes hacia el lugar, nada personal en contra de ella, pero obviamente haciéndola sentir incómoda. Las cosas iban a empeorar poco a poco. La  chica iba y venía con un plato y el otro. 

 -“Eso no fue lo que pedí”

 -“Esto no me gusta así”

 -“¿Y la salsa? Entonces no lo quiero.” 

Un mesero que también atendía la mesa acudía al rescate de la muchacha cuando los chavalos se ponían insoportables.  Se agachaba al lado de uno de ellos y les hablaba bajito, tratando de apaciguarlos. No sé si era la estrategia o porque era hombre, pero le funcionaba y se  calmaban un poco. 
Yo estaba en una mesa, al fondo, de frente a ellos. Buscaba con la mirada a los adultos, esperando que ellos intervinieran en algún momento. Nada. Absoluto silencio cómplice.

La mesa de las chicas estaba tranquila, se les sirvió, las chicas comieron, se despidieron y se fueron junto con los adultos, hombre y mujer,  mientras los chavalos seguían ahí, incendiando el lugar. 
Levanté la mano y le hice gesto a la muchacha que necesitaba su atención. Ella trató de caminar hacia mí pero la emboscaron. 
-
-“Mirá quiero esto y esto”

-"Cancelá lo que pediste, pedí otra cosa….”

-“Es que nunca van a hacer las cosas bien….” 

Viendo el reloj me dije que si ellos no la dejaban ir en un minuto me pondría de pie y les diría que si por favor podrían permitir que la muchacha me atendiera. 
Afortunadamente, no hubo necesidad, la chica apresuró sus respuestas y se volteó hacia mí con ojos de “espéreme, ya voy” lo que hizo que los chavalos la dejaran ir.

Sentía tanta pena por los dos chavalos, el mesero y la mesera. Los dos jóvenes, a medianoche, trabajando desde quien sabe qué hora y un grupo de cipotitos malcriados haciéndoles la vida imposible. 
La conversación con mi pequeña acompañante no fue tan amena ni tan fructífera. Me sentía totalmente molesta con el abuso. Traté de ser lo más amable posible con los muchachos del lugar, tratando de compensar el maltrato de la mesa frente a mí.

Los estudié uno a uno. Eran todos chavalos, no mayores de 16 o 17 años. Parecía que venían de alguna boda, quince años o algo así porque todos andaban de camisa blanca, manga larga y pantalón de vestir, negro.  A pesar de su rudeza, mala educación y falta de consideración, nunca dijeron una sola mala palabra -raro eso.  Se ve que tienen o que sus padres tienen cierta capacidad económica, pero cero capacidad para educar hijos.

Llega el gerente a la mesa a hablar con ellos. La situación es completamente insoportable. Se acerca a uno de ellos y le extiende la mano para saludarlo. El chico, con altanería, voltea la cara y deja al señor con la mano extendida. Él disimula y se la guarda en el bolsillo. Comienza a hablarles, a explicarles, no sé qué. Ellos le responden, le hablan de vos a pesar  de que es un adulto desconocido. 

-“Nos sirvieron cosas que no eran”

-“Venía sin salsa”

-“Me vas a decir a mí que vos no sabías el mal servicio….” 

Me parece ilógico. Si bien es cierto que devolvieron varios platos (bajo excusas ridículas), también es cierto que hubo comida que se comieron y no dejaron ni rastro. Finalmente, se llega a un acuerdo. Les harán un descuento (que al final pagarán los meseros o el cocinero). Sospecho que eso era lo que buscaban desde el principio. Se retiran. 

¡Gracias a Dios! Suspiro. Voy a tener un momento de paz antes de irme de este lugar, pienso. 
La chica que me atiende se acerca. 

-¿Le puedo servir en algo más? 

-La cuenta, por favor. 

Hago ciertas preguntas acerca de los descuentos por ser primero de agosto y esas cosas. Los dos meseros se colocan a mi lado. He sido mucho más amable y amigable de lo normal con ellos. Están exhaustos.  Se nota que es un alivio para ellos y agradecen mi actitud gentil y comprensiva. Para mi sorpresa, de repente, se sientan conmigo en la mesa (más que todo me asusto porque no sé qué dirá el gerente, pero pobres, después de lo que han pasado!) 
Les pregunto si tienen este tipo de clientes con frecuencia. El muchacho me responde que llegan muchos, muchos clientes iguales o parecidos. Y añade: 

“Hoy estoy exhausto, estoy trabajando desde las 7 de la mañana (eran las 12 de la noche).  A uno de mis compañeros  se le murió la mamá y tuve que cubrirlo, usted sabe….” Baja la mirada.

“Claro” le contesto. 

Pienso que dentro de dos o tres días ese muchacho  volverá al trabajo con todo el dolor de haber perdido a su madre y tendrá que enfrentarse a clientes desconsiderados, groseros y maleducados…. 
Me despido. Se dan las palabras características: 

“Muchas gracias por visitarnos”

“Vuelva pronto”

La muchacha me dice cuando casi estoy ya de espaldas a ellos:

“Como hay descuentos, tal vez puede volver hoy, más tarde.” 

Sus palabras me toman desprevenida. La vuelvo a ver con sorpresa. Una radiante sonrisa me recibe. Los ojos chispeantes de la chica me hacen sentir ternura por ella.

“Veremos” le respondo. 

Ahora solamente pienso que ojalá la muchacha encuentre otro trabajo y ojalá que yo les haya ayudado a los dos meseros a sobrellevar -por lo menos por esa noche- esa carga terrible que es atender a gente fastidiosa que se cree superior y con derecho a maltratar a los demás ….

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